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La Balada De La Foca Saxofonista

  • Foto del escritor: Roberto Atacama
    Roberto Atacama
  • 19 feb 2018
  • 1 Min. de lectura

Cómeme loco y a deshoras. Húrgame el silencio, un ave de pico verde sobrevuela los páramos del espejo. Rómpeme el día, deshonra mis desvelos. Destrúyeme el sexo y las hormigas. Cuando la elegía se pronuncia un chubasco eyaculado mancha mi tórax y mis adentros… (Mátame olvidado y deglute a la flor del desierto que mira eterna las estrellas. Sóplame las heridas perfumadas)… mancha mi cielo y mis cavernas, mancha el tiempo, mancha el semen. Bésame el averno. Recorrer el cuerpo es truculento, recorrer la patria es efímero, inacabable: un perro yerto y una foca saxofonista que copulan indistintamente con objetos y aquellos. Aquellos significa lo vivo. Aquellos es lo que duele, mata, enamora, pare y resplandece. Llévame el fuego, los truenos y las piernas. Vuélame los versos, astíllame la prosa. Huracán formalista, burocrático y microbusero: la nostalgia de la luz se encuentra en una moneda regalada. Un hilito rojo invisible, trágame a exhalos. Desciéndeme la anatomía de la sangre y la selva. Desnúdame la luna y la lengua, recomposición y alquimia de las noches infernales, parábolas costumbristas, amores exógenos. Acaríciame la zarza. Acábame, dame vuelta, una nalgada, una patada, un beso de despedida. Regálame sentido, designio. Termíname, limpia este hálito repugnante que cargo por mi humanidad, hazme humano.

 
 
 

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