Todos los poetas somos baladí
- Roberto Atacama
- 11 nov 2018
- 1 Min. de lectura
El poeta es rebelde, su cabello es fuego, sus senos son catedrales olvidadas en donde se ofician rituales al río y la sombra, la boca del poeta es incómoda, se cuela como humedad y en las paredes hace manchas que poco a poco tumbarán la casa. No hay delicadeza en sus dedos, sino madejas de hilos enredados. La vagina de la poeta es rumor y arquitectura tautológica, el pene del poeta es oquedad caliente, refugio de nadie. Sobre sus hombros sostienen levedades que poco a poco los hundirán. Se rasguñan y pasan hambre a voluntad, se enferman de melancolía y vomitan consuelos débiles para expiarse del remordimiento que les deja atascarse de estrellas muertas. Lideran el silencio y la protesta al mismo tiempo, son madrigueras en incendio y la sed del naufragio a mar abierto. Ciudades desvencijadas por cejas, y su respiración se cuenta a gotas y árboles caídos, quizás la muerte, quizás las ganas de construir un edificio.

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